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ROBERTO MUSSAPI

Roberto Mussapi nació en Cúneo (Piamonte) en 1952 y reside en Milán.
Entre otros libros, ha publicado: Gita meridiana, Antartide y La stoffa dell'ombra e delle cose.

EL GORRIÓN DE LESBIA

Mi corazón se apagó en su palma,
aleteando entre muñeca y brazalete
y me fui, al limbo
de los no humanos, los pobres mensajeros del cielo.
Sentí que me apagaba como en ellos el cerebro
al atardecer se duerme, sin saber
si habrá otro despertar.
Era pequeño.

Rogó él, que no tenía dioses en los que creer.
Al desmayarme vi los ojos de Catulo
desorbitados y abiertos por el flujo de las lágrimas.
Las tenebrosas divinidades tuvieron pena,
el llanto de los Cupidos y de las Venus
surgió espontáneo como había rogado el poeta.
Sentí que mis pequeñas alas volvían a despertarse y vibraban
y volé, inconsciente, incólume,
atravesé el umbral que conducía al jardín,
rocé el estanque de las lampreas y de los múrices,
mientras volaba vi la morena durmiente,
luego todo cambió, entré en el tiempo,
la muela que oprime a los sublunares
que tienen almas individuales y meridianas,
y escriben palabras con tinta.
Las alas húmedas por la palma de Lesbia
aún calientes del último nido
en mí, o en el aire, las palabras de Catulo,
“animula”, había dicho, “tierna vida”,
la mía, que se desvanecía entre sus dedos
rozando los de la mujer amada.
Pero cayó en el error del poeta,
que perdurar en este mundo es un don
como si no fuera un ser vivo sino un pensamiento,
antes página, voz impresa, piedra escrita.
Habría preferido apagarme entre sus dedos
en la última cuna sin canto ni voz,
antes que sobrevivir a amor y fin,
viendo a Lesbia morir, marcharse,
leer la fecha de nacimiento y muerte en una lápida
del gran Catulo, que me dio la vida.
Para estar aquí, ahora, en el ultratiempo terrenal
sólo para cantar a plena voz el fin
de los cuerpos que se abrazan con furia y sudor,
aquí, en la cima de la torre antigua
gorrión solitario, a un tímido amigo
que el tiempo que nos ilusionó en la tierra tendrá fin
y Lesbia, y Catulo, y Leopardi, en un suspiro
y la ciudad de Roma y los fatigados papeles,
me ordenarán que siga cantando.


IL PASSERO DI LESBIA

Il mio cuore si spense nel suo palmo,
le ali frullanti tra polso e bracciale
e fui già via, nel limbo
dei non umani, i poveri messaggeri del cielo.
Sentii me stesso spegnersi come in loro il cervello
di sera si addormenta, senza sapere
se mai ci sarà un altro risveglio.
Ero piccolo.

Pregò lui, che non aveva dèi in cui credere.
Vidi svenendo gli occhi di Catullo
pieni e ingranditi dal flusso delle lacrime.
Le oscure divinità ebbero pena,
il pianto dei Cupidi e delle Veneri
sorse spontaneo come aveva pregato il poeta.
Sentii le mie piccole ali ridestarsi e vibrare
e volai via, inconscio, incolume,
passai la soglia che conduceva al giardino,
sfiorai la vasca delle lamprede e dei murici,
vidi volando la murena dormiente,
poi cambiò tutto, entrai nel tempo,
la macina che opprime i sublunari
che hanno anime individuali e meridiane,
e scrivono parole con l'inchiostro.
Le ali umide per il palmo di Lesbia
ancora calde dell'ultimo nido
in me, o nell'aria, le parole di Catullo,
"animula", aveva detto, "tenera vita",
la mia, che gli svaniva tra le dita
sfioranti quelle della donna amata.
Ma cadde nell'errore del poeta,
che fare eterno in questo mondo sia un dono
come se non fossi un vivente ma un pensiero,
già pagina, voce impressa, pietra scritta.
Avrei preferito spegnermi tra le sue dita
nell'ultima culla senza canto e voce,
piuttosto che sopravvivere a amore e fine,
vedendo Lesbia morire, andare via,
leggere data di nascita e di morte su una lapide
del grande Catullo che mi ottenne la vita.
Per essere qui, ora, nell'oltretempo terreno
solo a cantare a piena voce la fine
dei corpi che si abbracciano in furia e sudore,
qui, sulla vetta della torre antica
passero solitario, a un timido amico
che il tempo che ci illuse in terra avrà fine
e Lesbia, e Catullo, e Leopardi, in un respiro
e la città di Roma e le carte sudate
mi ordineranno di cantare ancora.


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